Según los datos de la Agencia Internacional de la Energía (AIE), actualmente se consumen en el mundo unos 70 millones de toneladas de hidrógeno. El problema es que casi todo ese hidrógeno se produce a partir del carbón o el gas natural, es decir, se obtiene mediante las técnicas más contaminantes para el planeta. Menos del 1% de la producción mundial de este hidrógeno se basa en electrólisis de agua por energías renovables: solo el 0’1% del hidrógeno que consumimos es verde.
Para hacernos una idea de lo que significa, la producción de este hidrógeno gris emite 830 millones de toneladas de dióxido de carbono por año. Esto es el CO₂ anual que emiten las economías de Indonesia y Reino Unido juntas. O lo que es lo mismo, para generar este hidrógeno se contamina lo mismo que dos países que suman más de 300 millones de habitantes.
Por datos alarmantes como estos es tan importante incidir sobre el origen del hidrógeno. El hidrógeno verde puede ser una herramienta inigualable para desbancar a los modelos de producción que contribuyen al cambio climático y ayudar a descarbonizar los consumos energéticos más resistentes a la electrificación, como la industria pesada o el transporte de largo recorrido.